¡Gracias por la risa!

(Mi lengua materna: Naira, el lenguaje del amor)

Mami Betty (Foto de archivo familiar)

Para mi mami Blanqui

Todas pasamos por tus brazos, dormimos en el catre de hierro y, en una danza de resortes, jugamos a ser pájaros de los Andes Meridionales. La nave perfecta del futuro nos hacía volar saltando y soñando lejos de casa, en viaje inmóvil.

Tenías tantas estrategias para que los quehaceres domésticos nos dieran la impresión de un juego. Barríamos los patios sobre escobas voladoras, regábamos el jardín con aguas sembradas de peces, podíamos pelar las 1001 arvejas escuchando tus historias infinitas.

Cuántas veces pasamos la verja corriendo, casi volando, mientras nos gritabas desde la ventana que nos ibas a matar. Desvirtuamos la Pachamama, piedra fundamental de la casa, saltando desde ella gritando: “Isis que quiero volar”. Hicimos casa en todas las paredes con clavos de la construcción y cuando faltaron paredes tomamos las ramas del árbol de guinda.

La vida pasaba por tu casa, repartiendo el secreto de las plantas y de la multiplicación de los panes y los peces. Todo lo que tocabas reverdecía y daba fruto; entonces, a la hora del té se desenrollaba el queso y derramaba el dulce de papaya.

Cuánto disfrutabas contando cuentos de terror, jugando Rummy, cociendo sábanas en la Sinjer, repartiéndonos dulces, cantando camino a Copacabana, comiendo, y dándonos la seguridad que todo iba a estar bien.

Cuando pienso en ti, bajo las coordenadas que hoy me imponen el tiempo y el espacio, cómo quisiera volar sobre la verja que hoy divide mi mar Pacífico. Cuánto me gustaría entrar en tu casa olor a cedrón-clavo y canela. Abrir la puerta de la cocina y dando brincos llegar hasta tu cuarto lleno de sol y de calma. Quisiera mirar, desde tu ventana, los árboles en fruto y vivir como ellos el sueño del retorno. De alguna manera, en algún momento, todas hemos querido sentarnos mil veces más sobre tus faldas y escuchar tu risa multiplicadora, pródiga, y profunda.

© BAGG