El incendio
- Lily Asmar
- Nov 26, 2021
- 5 min read
a Marice Condé
Porque todo sucede como lo recordamos, por eso decidí contar esta historia. Pocas veces pienso en ella, pero recuerdo como si fuera hoy: el incendio.
Llegó en busca de trabajo, era muy joven y trajo como única pertenencia un paraguas. Tocó el timbre un día de invierno a eso de las seis de la tarde, al menos eso fue lo que me dijo mi mujer. Necesitábamos ayuda en casa entonces nos pareció buena idea contratarla. Esa noche cuando la conocí sentí una cosa que en ese momento no supe nombrar, pero que ahora entiendo como miedo. Mirarla fue perderse. Quise decirle a mi mujer que mejor no la contratáramos, pero algo me detenía.
La primera noche tuve insomnio, al día siguiente fui al trabajo pero no podía concentrarme, todo el tiempo la pensaba y sentía vértigo. Cuando regresé para la hora de la comida la vi aparecer con la bandeja en la puerta y sentí un calor extraño, cosa verdaderamente rara. Yo no soy hombre de andar con sensibilidades, pero pasé toda la tarde a flor de piel. Contando billetes veinte veces porque perdía la cuenta y hablando con el gerente no sé ni qué cosas. Sólo quería regresar a casa y ver si pasaba aquello nuevamente.
Ese día salí más temprano del trabajo arguyendo que tenía pendientes, pero noté que todos me veían como se ve a quien ya no es el mismo. Bajé del taxi en la esquina de mi casa y mientras caminaba a la puerta pensé en mi mujer. Descubrí que nunca sentí esa ola de calor por ella, y por favor que no se me entienda mal: a mi mujer la amo, pero nunca desee, como deseo ahora, arder bajo una misma llama. Mi esposa es maravillosa y he pasado momentos inolvidables a su lado, pero no es ella… Esto no podía ser, esto no podía pasarme a mí, no a mí que siempre fui hombre de bien: trabajador puntual, padre responsable, buen estudiante, honorable cristiano, marido fiel, hijo ejemplar. En fin, como todos yo había cometido algunos errores… ¡Qué se yo! Cortarle el pelo a una prima, robarle cigarros al viejo, entrar al cine de películas prohibidas, fingir estar enfermo para no ir al trabajo. Cosas así… Pero nunca había hecho, ni remotamente, algo como lo que estaba a punto de hacer. Aquello que todavía no sé ni como nombrar... Hoy me pregunto: ¿por qué a mí?, sólo para descubrir, que después de tanto y dentro de todo me siento satisfecho, quizá incluso secreta y profundamente: feliz.
Aquella noche, me sentía tan acosado por esa aceleración que a la hora de la cena fingí estar descompuesto para evitar verla nuevamente. Es que yo soy un buen hombre, créanme cuando les digo que no sé lo que me pasó. Me recosté sólo para descubrir que mis sentidos buscaban ávidos cualquier cosa que me hablara de ella. ¿Cómo podía ser?, ¿cómo? Yo sólo la había visto dos veces y creo que ella me había mirado directamente sólo una. Cómo sentir esto por alguien que no sólo no conozco, sino que casi no he visto. Cuán imponente el sonido de su voz, cuán claros sus pasos por la casa, cuan fuerte el aroma de su piel… Y entonces, no pude más y sin vacilar me incorporé completamente alterado, caminé casi corriendo por el pasillo, pasé por el comedor mientras me veían sorprendidos mi mujer y mis dos hijos, entré en la cocina… y la vi. La vi cómo se mira a una mujer. Ella me miró verla y por primera vez me sentí pleno.
Por la ventana ingresó una luz intensamente anaranjada que generosa en combustión nos daba vueltas y al calor de esas brasas me encontré a un centímetro de ella que todo el día había estado fuera de mi alcance. En un segundo perdí cuenta de mí y la toqué sin importarme nada, ni siquiera el oscuro presentimiento de lo que vendría.
“Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor”: el incendio. El primer contacto que cual llamarada corre curso, todo lo alcanza y calcina. Ella se hizo haz de fuego, extendió unas alas enormes que todo lo acariciaban y comenzó a arder y volar.
Mi mujer sacó a los niños de la casa en llamas y dicen que a mí me saco uno de los bomberos, pero honestamente yo no recuerdo esa parte. En el reporte sólo aparecen nuestros nombres, pero no el de ella pues nunca se encontró su cuerpo, aunque entre las cenizas se haya encontrado completamente intacto el paraguas con el que llegó aquella tarde.
Ahora vivo vacío. Mi mujer, que tampoco entiende lo que pasó aquella noche, me cuida y acompaña; pero estoy solo. En secreto, la busco en todas partes. A veces, cuando nadie me ve me acerco a su paraguas solo para calentarme con la sombra de lo que quedó del incendio. La familia jamás toca el tema, al menos no conmigo. No sé si se pusieron de acuerdo o si soy yo el único que no puede olvidar el incidente. Siempre que puedo rememoro esta historia para no sentir este frío que hace ya meses me acecha y después de contarla me detengo tristemente a observar, que si bien tengo que reconocer haberme perdido para siempre, el sólo hecho de hablar del día del incendio despierta en mí esa chispa que me mantiene vivo.
Fue justamente así, contando lo sucedido en un café, que un invierno, como cualquier otro, encontré a un músico. Era el final de la tarde y aún no habían encendido las lámparas cuando salieron de su boca como conjuro: “En tu cuerpo flor de fuego tienes paloma / un temblor de primaveras palomitay / un volcán corre en tus venas / y mi sangre como brasa tienes paloma / en tu cuerpo quiero hundirme palomitay / hasta el fondo de tu sangre”. De pronto me sentí acompañado y mientras degustaba las palabras me abrasaba la melodiosa voz de su guitarra: “En tu cuerpo flor de fuego tienes paloma / una llamarada mía palomitay / que ha calmado mil heridas / ahora volemos libres tierna paloma / no pierdas las esperanzas palomitay / la flor crece con el agua”. Casi temblando, emocionado, vi entrar por la ventana la sombra de aquella luz de entonces. Aquél músico, de quien nunca supe nada más, me regaló la confirmación que todo había sido: la mujer, la secreta magia de su cuerpo y el incendio del cual me confieso venturoso “sobreviviente”…
Si las palabras generaron el incendio o si éste fue más bien origen de las mismas, para mí es misterio; mas mismo que nada de esto haya sido, vivo expectante un probable encuentro con cualquier vestigio del mismo. Si bien estoy completamente seguro que no podría sobrevivir otro incendio, cuánto deseo encontrar nuevos instantes en los que la vida me confirme a gritos que: “El sol volverá volverá / la noche se irá se irá / envuélvete en mi cariño / deja la vida volar / tu boca junto a mi boca / paloma palomitay / ay palomay, ay palomay”. Instante de perdición que a la vez que nos condena, nos salva.
©BAGG del libro de cuentos
Variación (sobre un mismo tema) y Fuga (del Centro de Orientación Femenina)

Tianjin Binhai (Library / Biblioteca) & Fred Dufour (Picture / Foto)
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